Consigna: en un texto transmitir al lector la sensación que viene con "L'esprit de l'escalier": conciencia intranquila, pesar, frustración enojo con uno mismo.
Atención: una cosa es contar una historia donde el protagonista recién cuando dobla la esquina encuentra la respuesta que debería haber dado en vez de la puteada y el portazo, o sea una anécdota, y otra es que ese relato sea la excusa para escribir sobre la sensación al doblar la esquina. La idea es que el lector sienta esa sensación, relatarla de a poco, que el nudo en el estómago del protagonista salte, por la maravillosa magia de vuestra pluma, al lector.
Referencias literarias: se la debo seño, no puede estudiar, justo nos quedamos sin luz y se escapó el perro y tuve que embalsamar a mi abuela.
Referencias literarias, otro intento: seguramente recuerdan algún texto donde leían y transpiraban o se les agitaba la respiración o se excitaban. Y, muy posiblemente, lo recuerden por eso. En mi caso, uno de los que viene a mi mente es "El que tiene sed", novela de (todos de pie) Abelardo Castillo. Mi sobriedad y cordura fueron apaleadas en esas páginas.
Ilustración del post: foto de Karina Barg. Acá va sin recortes:
Mi problema son las puertas. Me di cuenta hace poco. Antes me flagelaba masticando la frustración pero no buscaba las causas más allá de mí. Hoy ya sé que no era yo, era por las puertas.
Comencé a sospecharlo un mes atrás, cuando el jefe me llamó a su oficina y me dijo "pase y cierre, por favor, tenemos que hablar" y yo obedecí y me quedé callado, o peor, balbuceante como tantas otras veces, sin lograr articular ninguna defensa de todas las que me vinieron a la cabeza media hora después, mientras levantaba mis cosas y vaciaba el escritorio. No lo sabía en ese momento, pero el truco estaba en aquel "cierre la puerta". Es que te dejan entrar…
Un año y medio entendido en un instante Sintió como si una esponja fría se le estuviera expandiendo en el centro del pecho, se detuvo de repente, con la mirada perdida y la boca entreabierta. Notó la respiración superficial, y el ritmo cardíaco acelerado, "¡cabrón!" pensó, y recobró la compostura, para continuar caminando, ahora hacia un café. Fueron doscientos metros dando pasos intranquilos, como si se desplazara sobre hielo y corriera riesgo de patinarse. Entró al café y se sentó en la mesa más alejada de la puerta, lo más escondida posible, necesitaba centrarse en lo que había pasado, no sólo en los últimos minutos, sino en el último año y medio. Ahora todo iba teniendo sentido. Año y medio… todo…
No me lo puedo sacar de la cabeza. Ya pasaron más de diez minutos y sigo rumiando la situación una y otra vez, una y otra vez. Porque no es la primera vez que me sucede, lo sé, pero el saberse un cobarde que carece del instinto afilado para responder de la manera que uno quiere y no de la forma que se supone que uno debe no es justificativo alguno. Aunque quizás no sea cobardía; tal vez tan sólo sea pudor, un estúpido pudor que inmoviliza, atraganta letras, secuestra palabras. ¿Dónde irán a parar las respuestas que no dimos? ¿En qué nube se guardarán los textos en borrador de las magistrales respuestas que pensamos y nunca dijimos? Sigo maquinando…
"No, ponelo en una lata". Cinco palabras. La respuesta perfecta. La respuesta que no dí.
"No, ponelo en una lata". Tres meses preparándome para esa discusión. ¡Cuántas noches demorando el necesario sueño! Explorando cada alternativa, cada cadencia, cada entonación, cada jugada del ajedrez dialéctico. Horas, y horas de práctica (mayormente involuntaria). Esperando el colectivo, en la ducha, durante la cena con Carola y los chicos.
"No, ponelo en una lata", y quizás una sonrisa sardónica. Esa hubiera sido la frutilla de la torta. Pero no, mejor hubiera sido una cara neutra perpetuando el silencio. Porque silencio era lo único que podía ocurrir luego de esa frase. Silencio debastador. Silencio aturdidor.
"No, ponelo en una *MALDITA* lata!". El "*MALDITA*" solamente en…
Zabriskie point
doblo en la esquina con la bici, decidí aceptar hace mucho que mi vida es una sucesiva de errores no forzados, me pregunto si el deja vu que es tan perfecto y tan movilizante a la vez no es lo exactamente opuesto e inmodificable que el tema que nos convoca, aunque, este tiene todos los finales abiertos ya que lo no dicho podrían ser muchas cosas diferentes y todas perfectas, pero nunca con la certeza del deja vu que cae como una pieza de memoria maciza sobre la endeble masa encefálica, perdón por llamarla tan crudamente como si la combinatoria con el alma y la energía que genera la fricción de axiones, la volviera más elegante pero aún…